Sábelo bien: el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel que cumple con su pacto y su misericordia con aquellos que lo aman y cumplen sus mandamientos, hasta mil generaciones (Dt 7:9).
No es por causa de tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón, por lo que entras a tomar posesión del territorio de estas naciones. El Señor tu Dios las arroja de tu presencia por causa de su impiedad, y para confirmar la promesa que él mismo les hizo a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob (Dt 9:5).
Él es nuestra Roca, y su obra es perfecta; todos sus caminos son de justicia. Es el Dios de la verdad, justo y recto; en él no hay ninguna maldad (Dt 32:4).
Bendito sea el Señor, que le ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a su promesa, sin dejar de cumplir ninguna de las promesas que le hizo a Moisés (1 Re 8:56).
Señor, tú eres fiel con el que es fiel, e intachable con el que es intachable (2 Sa 22:26).
La ley del Señor es perfecta: reanima el alma. El testimonio del Señor es firme: da sabiduría al ingenuo (Sal 19:7).
Ciertamente, la palabra del Señor es recta; todo lo hace con fidelidad (Sal 33:4).
Pero tu misericordia, Señor, llega a los cielos; ¡tu fidelidad se extiende hasta las nubes! (Sal 36:5)
Por siempre alabaré la misericordia del Señor; de una generación a otra, mis labios exaltarán tu fidelidad (Sal 89:1).
¡Cuán bueno es alabarte, Señor! Bueno es, Altísimo, cantar salmos a tu nombre, anunciar tu misericordia por la mañana, y tu fidelidad todas las noches (Sal 92:1-2).
Nunca se olvida de su pacto, de la palabra que dictó para mil generaciones (Sal 105:8).
¡Grande es su misericordia por nosotros! ¡La fidelidad del Señor permanece para siempre! ¡Aleluya! (Sal 117:2).
Tu fidelidad es la misma por todas las edades; tú afirmaste la tierra, y ésta permanece firme (Sal 119:90).
Así ha dicho el Señor, el Santo Redentor de Israel, al que es menospreciado, al que es odiado por las naciones, al siervo de los gobernantes: Los reyes y los príncipes te verán y se levantarán, y se inclinarán ante el Señor, porque el Santo de Israel, que te ha escogido, es fiel (Is 49:7).
Inclinen su oído, y vengan a mí; escuchen y vivirán. Yo haré con ustedes un pacto eterno, que es el de mi invariable misericordia por David (Is 55:3).
Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos; ¡nunca su misericordia se ha agotado! ¡Grande es su fidelidad, y cada mañana se renueva! (Lm 3:22-23).
Fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor (1 Co 1:9).
Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto (1 Ts 5:24).
Pero el Señor es fiel, y él los fortalecerá y guardará del mal (2 Ts 3:3).
Si somos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo (2 Ti 2:13).
Por eso le era necesario ser semejante a sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo (Heb 2:17).
Cristo, en cambio, como hijo es fiel sobre su casa, que somos nosotros, si mantenemos la confianza firme hasta el fin y nos gloriamos en la esperanza (Heb 3:6).
Para que por estas dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto (Heb 6:18).
Mantengamos firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos, porque fiel es el que prometió (Heb 10:23).
Por la fe, Sara misma recibió fuerzas para concebir, aunque era estéril, y dio a luz, aun cuando por su edad se le había pasado el tiempo, porque creyó que era fiel quien le había hecho la promesa (Heb 11:11).
Así que aquellos que sufren por cumplir la voluntad de Dios, encomienden su alma al fiel Creador, y hagan el bien (1 Pe 4:19).
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1 Jn 1:9).
Y de Jesucristo, el testigo fiel, primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra. Él nos amó; con su sangre nos lavó de nuestros pecados (Ap 1:5).
Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Así dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios (Ap 3:14).
Entonces vi que el cielo se había abierto, y que allí aparecía un caballo blanco. El nombre del que lo montaba es Fiel y Verdadero, el que juzga y pelea con justicia (Ap 19:11).