Si mi pueblo, sobre el cual se invoca mi nombre, se humilla y ora, y busca mi rostro, y se aparta de sus malos caminos, yo lo escucharé desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Cr 7:14).
Tú, Señor, escuchas las plegarias de los pobres; tú les das ánimo y les prestas atención (Sal 10:17).
El Señor muestra su camino a los humildes, y los encamina en la justicia (Sal 25:9).
Alabaré al Señor con toda el alma. ¡Escuchen, gente humilde, y alégrense también! (Sal 34:2).
Pero los humildes heredarán la tierra y disfrutarán de gran bienestar (Sal 37:11).
Tú, Señor, estás en las alturas, pero te dignas atender a los humildes; en cambio, te mantienes alejado de los orgullosos (Sal 138:6).
Con la soberbia llega también la deshonra, pero la sabiduría acompaña a los humildes (Pr 11:2).
El temor del Señor corrige y da sabiduría; antes que honra, humildad (Pr 15:33).
Es mejor ser humilde entre los humildes que compartir despojos con los soberbios (Pr 16:19).
El orgullo humano es presagio del fracaso; la humildad es preludio de la gloria (Pr 18:12).
El Señor recompensa a los que le temen con riquezas, honra y vida, si son humildes (Pr 22:4).
La soberbia humilla al hombre; al humilde de espíritu lo sostiene la honra (Pr 29:23).
Porque así ha dicho el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es santo: “Yo habito en las alturas, en santidad, pero también doy vida a los de espíritu humilde y quebrantado, y a los quebrantados de corazón” (Is 57:15).
Yo hice todo esto con mis propias manos, y fue así como llegaron a existir. Yo pongo la mirada en los pobres y humildes de espíritu, y en los que tiemblan al escuchar mi palabra (Is 66:2).
Ustedes, los humildes de la tierra, los que practican la justicia del Señor, ¡búsquenlo! ¡Busquen al Señor y su justicia! ¡Practiquen la mansedumbre! Tal vez el Señor los proteja en el día de su enojo (Sof 2:3).
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5:3).
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5:5).
Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma (Mt 11:29).
Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido (Mt 23:12).
Derrocó del trono a los poderosos, Y puso en alto a los humildes (Lc 1:52).
Porque todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido (Lc 14:11).
Pero entre ustedes no debe ser así, sino que el mayor entre ustedes tiene que hacerse como el menor; y el que manda tiene que actuar como el que sirve (Lc 22:26).
Vivamos como si fuéramos uno solo. No seamos altivos, sino juntémonos con los humildes. No debemos creernos más sabios que los demás (Rom 12:16).
Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor (Ef 4:2).
No hagan nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo (Filip 2:3).
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia (Col 3:12).
Así que despójense de toda impureza y de tanta maldad, y reciban con mansedumbre la palabra sembrada, que tiene el poder de salvarlos (Stg 1:21).
Pero la gracia que él nos da es mayor. Por eso dice: Dios se opone a los soberbios, y da gracia a los humildes (Stg 4:6).
¡Humíllense ante el Señor, y él los exaltará! (Stg 4:10).
Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo (1 Pe 5:6).