Pero Noé halló gracia a los ojos del Señor (Gé 6:8).
Tú eres el más hermoso de los hijos del hombre; la gracia se ha derramado en tus labios. Por eso Dios te ha bendecido para siempre (Sal 45:2).
Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria (la gloria que corresponde al unigénito del Padre), llena de gracia y de verdad (Jn 1:14)..
Ciertamente de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (Jn 1:16).
La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn 1:17).
Como Esteban estaba lleno de la gracia y del poder de Dios, realizaba grandes prodigios y señales entre el pueblo (Hch 6:8).
Pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús (Ro 3:24).
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia mediante un solo hombre, Jesucristo (Ro 5:17).
La ley se introdujo para que abundara el pecado; pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia (Ro 5:20).
¿Entonces, qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! (Ro 6:15).
Pues ustedes ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, por amor a ustedes, siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes fueran enriquecidos (2 Co 8:9).
Pero él me ha dicho: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí (2 Co 12:9).
Pero Dios me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, y cuando a él le agradó (Gá 1:15).
No desecho la gracia de Dios; pues si la justicia dependiera de la ley, entonces por demás habría muerto Cristo (Gá 2:21).
Pero Dios, cuya misericordia es abundante, por el gran amor con que nos amó, nos dio vida junto con Cristo, aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados (la gracia de Dios los ha salvado) (Ef 2:4-5).
Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios (Ef 2:8).
Yo, que soy menor que el más pequeño de todos los santos, he recibido el privilegio de anunciar entre los no judíos el evangelio de las insondables riquezas de Cristo (Ef 3:8).
Pero a cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia conforme a la medida del don de Cristo (Ef 4:7).
Que nuestro Señor Jesucristo mismo, y nuestro Dios y Padre, que nos amó y nos dio consuelo eterno y buena esperanza por gracia (2 Tes 2:16).
Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús (1 Tim 1:14).
Quien nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Tim 1:9).
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres, y nos enseña que debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa, mientras aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tit 2:11-13).
Para que al ser justificados por su gracia viniéramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna (Tit 3:7).
Por tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda (Heb 4:16).
Los profetas que hablaron de la gracia destinada a ustedes, estudiaron e investigaron con detalle todo acerca de esta salvación (1 Pe 1:10).