La Biblia nos enseña claramente sobre el amor al prójimo en numerosos pasajes. Uno de ellos se encuentra en el Evangelio de Mateo 22:39, donde Jesús nos dice: «Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo«.
Amar al prójimo va más allá de nuestras preferencias personales o afinidades. Significa tratar a los demás con bondad, compasión y respeto, independientemente de su origen étnico, religión o estatus social. Nos llama a ver la imagen de Dios en cada persona y a actuar en consecuencia.
El amor al prójimo implica estar dispuestos a sacrificar nuestros propios intereses en beneficio de los demás. Nos lleva a ofrecer una mano amiga, consuelo en tiempos de dificultad y apoyo en momentos de necesidad. También nos desafía a perdonar, a reconciliarnos y a buscar la paz en nuestras relaciones.
El amor al prójimo es una forma concreta de manifestar nuestro amor por Dios, ya que nuestros actos de bondad hacia los demás reflejan la bondad divina que se ha derramado sobre nosotros. Este post contiene versículos bíblicos que hablan sobre el amor al prójimo.
Y el segundo es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
El intérprete de la ley respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.»
Los mandamientos: «No adulterarás», «no matarás», «no hurtarás», «no dirás falso testimonio», «no codiciarás», y cualquier otro mandamiento, se resume en esta sentencia: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Porque toda la ley se cumple en esta sola palabra: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
No te vengues, ni guardes rencor contra los hijos de tu pueblo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.
Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados.
Amémonos unos a otros con amor fraternal; respetemos y mostremos deferencia hacia los demás.
Pero ¿cómo puede habitar el amor de Dios en aquel que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano pasar necesidad, y le cierra su corazón?
Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros.
Amados, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos unos a otros.
Cada uno de nosotros debe agradar a su prójimo en lo que es bueno, con el fin de edificarlo.
Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.
A ustedes, los que me escuchan, les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, y oren por quienes los calumnian.
En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. Así también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Ustedes han oído que fue dicho: “Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen.
En vez de eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo.
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Sean mutuamente tolerantes. Si alguno tiene una queja contra otro, perdónense de la misma manera que Cristo los perdonó.
Bien harán ustedes en cumplir la ley suprema de la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; pero si ustedes hacen diferencia entre una persona y otra, cometen un pecado y son culpables ante la ley.
Trátenlos como si fueran sus compatriotas, y ámenlos como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor su Dios.
El que humilla a su prójimo comete un pecado; ¡feliz de aquél que se compadece de los pobres!
De estos tres, ¿cuál crees que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Aquél respondió: «El que tuvo compasión de él.» Entonces Jesús le dijo: «Pues ve y haz tú lo mismo.»
Éste es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado.
Gocémonos con los que se gozan y lloremos con los que lloran.
Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de aroma fragante.
No hagan nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo. No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás.
Por lo tanto, anímense y edifíquense unos a otros, como en efecto ya lo hacen.
Y ahora, ya que se han purificado mediante su obediencia a la verdad, para amar sinceramente a sus hermanos, ámense los unos a los otros de todo corazón,
Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad, sólo que no usen la libertad como pretexto para pecar; más bien, sírvanse los unos a los otros por amor.
Y que sean humildes y mansos, y tolerantes y pacientes unos con otros, en amor.
Hermanos míos, ¿de qué sirve decir que se tiene fe, si no se tienen obras? ¿Acaso esa fe puede salvar? Si un hermano o una hermana están desnudos, y no tienen el alimento necesario para cada día, y alguno de ustedes les dice: «Vayan tranquilos; abríguense y coman hasta quedar satisfechos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso? Lo mismo sucede con la fe: si no tiene obras, está muerta.
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
El amor no hace daño a nadie. De modo que el amor es el cumplimiento de la ley.
En cuanto al amor fraternal, no es necesario que les escriba, porque Dios mismo les ha enseñado que ustedes deben amarse los unos a los otros.
Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.
En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente.