Sumérgete en un profundo encuentro de adoración a Dios a través de nuestros poderosos versículos bíblicos. Descubre cómo la alabanza y la adoración pueden transformar tu relación con el Creador mientras exploras las escrituras sagradas llenas de invitaciones a glorificar su nombre.
Encuentra inspiración y conexión espiritual a medida que te sumerges en los versículos que exaltan la grandeza y el poder de Dios. Explora nuestra colección de versículos bíblicos de adoración y experimenta una comunión más profunda mientras elevas tu espíritu y te entregas en reverencia a nuestro divino Salvador
Entonces Abrahán dijo a sus siervos: «Esperen aquí, con el asno, y el niño y yo iremos hasta ese lugar; allí adoraremos, y luego volveremos aquí mismo» (Ge 22:5).
Y el pueblo creyó. Y al escuchar que el Señor había visitado a los hijos de Israel y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron (Ex 4:31).
Y cuando todo el pueblo veía la columna de nube a la entrada del tabernáculo, se levantaba cada uno e iba a la entrada de su tienda para adorar (Ex 33:10).
Por eso ahora vengo aquí, con los primeros frutos de la tierra que tú, Señor, me diste. Todo eso lo pondrás delante del Señor tu Dios, y delante de él te postrarás (Dt 26:10).
Al oír Gedeón el sueño y su interpretación, adoró al Señor; luego regresó a su campamento, y dijo: «¡Arriba todo el mundo! ¡El Señor ha puesto a los madianitas en nuestras manos!» (Jue 7:15).
He venido porque prometí dedicarlo al Señor para toda la vida. ¡Para siempre será del Señor! Y allí adoró al Señor (1 Sa 1:28).
Sólo me temerán a mí, el Señor, que con gran poder y con brazo extendido los saqué de Egipto. Sólo a mí me temerán y adorarán, y ofrecerán sacrificios (2 Re 17:36).
¡Tributen al Señor la honra que merece su nombre! ¡Traigan sus ofrendas, y vengan a su presencia! ¡Adoren al Señor en la hermosura de la santidad! (1 Cro 16:29).
Entonces Esdras bendijo la grandeza del Señor, y el pueblo, con las manos hacia el cielo, respondió a una sola voz: «¡Amén! ¡Amén!» Luego, todos se inclinaron hasta el suelo y adoraron al Señor (Neh 8:6).
Entonces Job se levantó y se rasgó las vestiduras, se rapó la cabeza en señal de luto, y con el rostro en tierra adoró al Señor (Job 1:20).
Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; Adoraré hacia tu santo templo en tu temor (Sal 5:7).
Todos los rincones de la tierra invocarán al Señor, y a él se volverán; ¡ante él se inclinarán todas las naciones! (Sal 22:7).
¡Ríndanle la gloria digna de su nombre! ¡Adoren al Señor en su santuario hermoso! (Sal 29:2).
Todas las naciones que tú, Señor, has creado vendrán y se postrarán delante de ti y glorificarán tu nombre (Sal 46:9).
¡Vengan, y rindámosle adoración! ¡Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Creador! (Sal 95:6).
¡Adoren al Señor en la hermosura de la santidad! ¡Tiemblen ante él todos en la tierra! (Sal 96:9).
¡Exaltemos al Señor, nuestro Dios! ¡Postrémonos ante el estrado de sus pies!¡El Señor es santo! (Sal 99:5).
Y sucederá que a las familias de la tierra que no hayan acudido a Jerusalén para adorar al Rey, el Señor de los ejércitos, no les caerá nada de lluvia (Zac 14:17).
Cuando entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y, postrándose ante él, lo adoraron. Luego, abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra (Mt 2:11).
Entonces Jesús le dijo: «Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”» (Mt 4:10).
Entonces los que estaban en la barca se acercaron y lo adoraron, diciendo: «Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios» (Mt 14:33).
En eso, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Salve!» Y ellas se acercaron y le abrazaron los pies, y lo adoraron (Mt 28:9).
Después de haberlo adorado, ellos regresaron a Jerusalén con gran gozo (Lc 24:52).
Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad (Jn 4:24).
Además, cuando Dios introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Que lo adoren todos los ángeles de Dios» (He 1:6).
Los veinticuatro ancianos se postraban delante de él y lo adoraban, y mientras ponían sus coronas delante del trono del que vive por los siglos de los siglos, decían: «Digno eres, Señor, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap 4:10-11).
Tan pronto como lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron ante el Cordero. Todos llevaban arpas, y también copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos (Ap 5:8).
Todos los ángeles estaban de pie, alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y delante del trono inclinaron el rostro y adoraron a Dios (Ap 7:11).
Entonces los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, inclinaron su rostro y adoraron a Dios (Ap 11:16).
Luego vi otro ángel, el cual volaba en medio del cielo. Tenía el evangelio eterno, para predicarlo a los habitantes de la tierra, es decir, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Ese ángel decía con fuerte voz: «Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua» (Ap 14:6-7).
Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores.
¡Únanse a mí, y reconozcan su grandeza! ¡Exaltemos a una voz su nombre!
De rodillas, y en dirección a tu santo templo, alabaré tu nombre por tu misericordia y fidelidad, por la grandeza de tu nombre y porque tu palabra está por encima de todo.
¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Bendiga todo mi ser su santo nombre!
¡Exaltemos al Señor, nuestro Dios! ¡Postrémonos ante su santo monte! ¡El Señor, nuestro Dios, es santo!