El Señor oyó su petición, y el alma del niño volvió a su cuerpo, y el niño recobró la vida (1 Reyes 17:22).
Luego Eliseo se levantó y comenzó a pasearse de un lado a otro de la casa, y después volvió a subirse a la cama, y se tendió otra vez sobre el niño; en ese momento el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos (2 Reyes 4:35).
Y sucedió que, mientras se enterraba un cadáver, de pronto apareció una banda de esos bandoleros; entonces los enterradores dejaron caer el cadáver en el sepulcro de Eliseo, y en cuanto el cadáver tocó los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso de pie (2 Reyes 13:21).
Pues no dejarás mi alma en el Seol ni permitirás que tu santo vea corrupción (Sal 16:10).
En cuanto a mí, en justicia veré tu rostro; quedaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza (Sal 17:15).
Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol porque me llevará consigo (Sal 49:15).
Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida y de nuevo me levantarás desde los abismos de la tierra (Sal 71:20).
Pero tus muertos vivirán; sus cadáveres volverán a la vida. Los que ahora habitan en el polvo se despertarán y cantarán de alegría, porque tú eres como un rocío de luces, y la tierra dará a luz a sus muertos (Is 26:19).
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua (Da 12:2).
¿Los redimiré del poder del Seol? ¿Los rescataré de la Muerte? ¿Dónde está, oh Muerte, tu espina? ¿Dónde está, oh Seol, tu aguijón? La compasión se ha ocultado de mis ojos (Os 13:14).
Desde entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y morir, y resucitar al tercer día (Mt 16:21).
Estando ellos reunidos en Galilea, Jesús les dijo: “El Hijo del Hombre ha de ser entregado en manos de hombres, y lo matarán. Pero al tercer día resucitará”. Y ellos se entristecieron en gran manera (Mt 17:22-23).
Pero en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿acaso no han leído ustedes lo que Dios les dijo? Porque él dijo: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.” Así que Dios no es un Dios de muertos, sino de los que viven (Mt 22:31-32).
Pero después de que yo haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea (Mt 26:32).
Se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de hombres santos que habían muerto se levantaron (Mt 27:52).
Pero el ángel les dijo a las mujeres: No teman. Yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como él dijo. Vengan y vean el lugar donde fue puesto el Señor (Mt 28:5-6).
Jesús la tomó de la mano, y le dijo: «¡Talita cumi!», es decir, «A ti, niña, te digo: ¡levántate!» Enseguida la niña, que tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Y la gente se quedó llena de asombro (Mr 5:41-42).
El primer día de la semana por la mañana, después de que Jesús resucitó, se le apareció primero a María Magdalena, de quien había echado siete demonios (Mr 16:9).
Luego se acercó al féretro y lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» En ese momento, el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre (Lc 7:14-15).
De cierto, de cierto les digo: La hora viene, y ya llegó, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán (Jn 5:25).
No se asombren de esto: Vendrá el tiempo cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz (Jn 5:28).
y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación (Jn 5:29).
Y ésta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final (Jn 6:40).
Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Jn 11:25).
Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!» Y el que había muerto salió, con las manos y los pies envueltos en vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Entonces Jesús les dijo: «Quítenle las vendas, y déjenlo ir» (Jn 11:43-44).
Fue entregado conforme al plan determinado y el conocimiento anticipado de Dios, y ustedes lo aprehendieron y lo mataron por medio de hombres inicuos, crucificándolo. Pero Dios lo levantó, liberándolo de los lazos de la muerte, porque era imposible que la muerte lo venciera (Hch 2:23-24).
Pero ustedes negaron al Santo y Justo, y pidieron que se les entregara un homicida. Fue así como mataron al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos. De eso nosotros somos testigos (Hch 3:14-15).
Entonces Pedro pidió que salieran todos; luego se puso de rodillas y, dirigiéndose al cuerpo, oró y dijo: «Tabitá, ¡levántate!» Ella abrió los ojos y, cuando vio a Pedro, se puso de pie (Hch 9:40).
Nosotros somos testigos de todo lo que Jesús hizo en Judea y en Jerusalén. Pero lo mataron, colgándolo de un madero. Sin embargo, Dios lo resucitó al tercer día, y permitió que muchos lo vieran. Pero no lo vio todo el pueblo, sino sólo aquellos testigos que Dios había elegido de antemano, es decir, nosotros, los que comimos y bebimos con él después de que él resucitó de entre los muertos (Hch 10:39-41).
Y tengo, como ellos, la misma esperanza en Dios de que habrán de resucitar los justos y los injustos (Hch 24:15).
Pero Dios vino en mi ayuda. Por eso hasta hoy no dejo de dar mi testimonio a grandes y pequeños. Y no digo nada que no hayan dicho ya los profetas y Moisés. Por ejemplo, que el Cristo tenía que padecer, y que sería el primero en resucitar de los muertos, para anunciar la luz al pueblo de Israel y a las naciones (Hch 26:22-23).
Pero que conforme al Espíritu de santidad fue declarado Hijo de Dios con poder, por su resurrección de entre los muertos (Ro 1:4).
El cual fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación (Ro 4:25).
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo (Ro 10:9).
Que también, conforme a las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día (1 Co 15:4).
Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Co 15:22).
Sabemos que el que resucitó al Señor Jesús también a nosotros nos resucitará con él, y nos llevará a su presencia juntamente con ustedes (2 Co 4:14).
Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios levantará con Jesús a los que murieron en él (1 Tes 4:14).
Sino que el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero (1 Tes 4:16).
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurreción de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva (1 Pe 1:3).
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es (1 Jn 3:2).
El mar entregó los muertos que yacían en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que yacían con ellos, y cada uno fue juzgado conforme a sus obras (Ap 20:13).