Y Moisés estuvo allí, con el Señor, cuarenta días y cuarenta noches. No comió pan, ni bebió agua, pero sí escribió en las tablas de piedra las palabras del pacto, es decir, los diez mandamientos (Ex 34:28).
Volvieron entonces los israelitas y todo el pueblo a la casa de Dios, y llorando se sentaron delante del Señor y ayunaron todo el día y hasta la noche, y le ofrecieron al Señor holocaustos y ofrendas de paz (Jueces 20:26).
Se reunieron en Mizpa, sacaron agua y la vertieron delante del Señor. Aquel día ayunaron allí y dijeron: Hemos pecado contra el SEÑOR. Y Samuel juzgaba a los hijos de Israel en Mizpa (1 Sa 7:6).
Lleno de miedo, Josafat se dispuso a consultar al Señor, y ordenó que todos en Judá ayunaran (2 Cro 20:3).
Así que todos ayunamos ese día, y le pedimos al Señor que nos bendijera, y él nos bendijo (Esd 8:23).
Luego, salió del templo y se dirigió a la habitación de Johanán hijo de Eliasib, y una vez allí no comió ni bebió nada, pues estaba muy triste por el pecado de los israelitas que habían vuelto del cautiverio (Esd 10:6).
El día veinticuatro del mismo mes, los israelitas volvieron a reunirse para ayunar, vestidos con ropas ásperas y con la cabeza cubierta de polvo. Para entonces los israelitas ya habían apartado de sí a los hijos de extranjeros. Puestos de pie, los israelitas confesaron sus pecados y los de sus padres (Neh 9:1-2).
Si estaban enfermos, yo me preocupaba; ayunaba y me vestía de cilicio. ¡Quisiera que mis oraciones volvieran a mí! (Sal 35:13).
Aflijo mi cuerpo con ayunos y sollozos, y por esto la gente me insulta (Sal 69:10).
Dicen: ‘¿Por qué ayunamos, y no hiciste caso? ¿Por qué afligimos nuestras almas, y no te diste por aludido?’. “He aquí que en el día de su ayuno logran su deseo y explotan a todos sus trabajadores (Is 58:3).
¿No consiste, más bien, el ayuno que yo escogí, en desatar las ligaduras de impiedad, en soltar las ataduras del yugo, en dejar libres a los quebrantados y en romper todo yugo? (Is 58:6).
No comí ningún manjar delicado, ni carne, ni tomé vino, ni me apliqué ningún perfume, hasta que se cumplieron las tres semanas (Da 10:3).
“Pero aun ahora”, dice el SEÑOR, “vuélvanse a mí con todo su corazón, con ayuno, llanto y lamento (Jl 2:12).
Todos los habitantes de Nínive creyeron a Dios y decretaron ayuno, y desde el mayor hasta el menor se vistieron de cilicio (Jon 3:5).
Cuando ustedes ayunen, no se muestren afligidos, como los hipócritas, porque ellos demudan su rostro para mostrar a la gente que están ayunando; de cierto les digo que ya se han ganado su recompensa (Mt 6:16).
Pero tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para no mostrar a los demás que estás ayunando, sino a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mt 6:17-18).
Jesús volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, y fue llevado por el Espíritu al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y el diablo lo estuvo poniendo a prueba. Como durante esos días no comió nada, pasado ese tiempo tuvo hambre (Lc 4:1-2).
Mientras ellos ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: “Apártenme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hch 13:2).
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron (Hch 13:3).
También nombraron ancianos en cada iglesia, y luego de orar y ayunar los encomendaron al Señor, en quien habían creído (Hch 14:23).