Tú pusiste en mi corazón más alegría que la de tener trigo y vino en abundancia (Sal 4:7).
Pero que se alegren todos los que en ti confían; que griten siempre de júbilo, porque tú los defiendes; que vivan felices los que aman tu nombre (Sal 5:11).
Por ti me alegraré, oh Dios altísimo, y cantaré alabanzas a tu nombre (Sal 9:2).
Yo confío en tu misericordia; mi corazón se alegra en tu salvación (Sal 13:5).
Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso! (Sal 16:11).
Los preceptos del Señor son rectos: alegran el corazón. El mandamiento del Señor es puro: da luz a los ojos (Sal 19:8).
Tú cambias mis lágrimas en danza; me quitas la tristeza y me rodeas de alegría (Sal 30:11).
Cuando me vi abrumado por la angustia, tú me brindaste consuelo y alegría (Sal 94:19).
Tengo tu palabra como herencia eterna, porque ellos me alegran el corazón (Sal 119:111).
La congoja abate el corazón del hombre, pero una buena noticia lo alegra (Pr 12:25).
Un corazón alegre le hace bien al rostro, pero las penas del corazón abaten el ánimo (Pr 15:13).
Si estás triste, todos los días son malos; si estás feliz, todos los días son de fiesta (Pr 15:15).
Un corazón alegre es la mejor medicina; un ánimo triste deprime a todo el cuerpo (Pr 17:22).
Yo me regocijaré grandemente en el Señor; mi alma se alegrará en mi Dios. Porque él me revistió de salvación; me rodeó con un manto de justicia; ¡me atavió como a un novio!, ¡me adornó con joyas, como a una novia! (Is 61:10).
Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tus palabras fueron para mí el gozo y la alegría de mi corazón; porque yo soy llamado por tu nombre, oh Señor Dios de los Ejércitos (Jr 15:16).
Aunque todavía no florece la higuera, ni hay uvas en los viñedos, ni hay tampoco aceitunas en los olivos, ni los campos han rendido sus cosechas; aunque no hay ovejas en los rediles ni vacas en los corrales, yo me alegro por ti, Señor; ¡me regocijo en ti, Dios de mi salvación! (Hab 3:17-18).
¡Canta, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh Israel! ¡Gózate y regocíjate de todo corazón, oh hija de Jerusalén! El Señor ha quitado el juicio contra ti; ha echado fuera a tu enemigo. ¡El Señor es el Rey de Israel en medio de ti! ¡Nunca más temerás el mal! (Sof 3:14-15).
Pero no se alegren de que los espíritus se les sujetan, sino de que los nombres de ustedes ya están escritos en los cielos (Lc 10:20).
Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lc 15:10).
Hasta ahora nada han pedido en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría se vea cumplida (Jn 16:24).
Todos los días se reunían en el templo, y partían el pan en las casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón (Hch 2:46)
Y no sólo esto, sino que también nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia, la resistencia produce un carácter aprobado, y el carácter aprobado produce esperanza (Romanos 5:3-4).
Gocémonos con los que se gozan y lloremos con los que lloran (Rom 12:15).
Cada uno debe dar según se lo haya propuesto en su corazón, y no debe dar con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama a quien da con alegría (2 Co 9:7).
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley (Gál 5:22-23).
Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ¡regocíjense! (Filp 4:4).
Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús (1 Tes 5:16-18).
¿Está afligido alguno entre ustedes? ¡Que ore! ¿Está alguno alegre? ¡Que cante salmos! (Stg 5:13).
Amados hermanos, no se sorprendan de la prueba de fuego a que se ven sometidos, como si les estuviera sucediendo algo extraño. Al contrario, alégrense de ser partícipes de los sufrimientos de Cristo, para que también se alegren grandemente cuando la gloria de Cristo se revele (1 Pe 4:12-13).
No tengo mayor gozo que oír que mis hijos andan en la verdad (3 Jn 4).