Ellos le dijeron: «Cree en el Señor Jesucristo, y se salvarán tú y tu familia» (Hch 16:31).
Yo les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman perpetuamente, para bien de ellos y de sus hijos (Jr 32:39).
Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Ge 12:3).
Estableceré mi pacto contigo y con tus descendientes. Será un pacto perpetuo, y yo seré tu Dios y el de tu descendencia (Ge 17:7).
Tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te esparcirás hacia el occidente y el oriente, hacia el norte y el sur. En ti y en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra (Ge 28:14).
Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que estaban con él: Desháganse de los dioses ajenos que hay entre ustedes; purifíquense y cámbiense de ropa (Ge 35:2).
Y como las parteras tuvieron temor de Dios, él hizo que sus familias prosperaran (Ex 1:21).
Honrarás a tu padre y a tu madre, para que tu vida se alargue en la tierra que yo, el Señor tu Dios, te doy (Ex 20:12).
Ten cuidado y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que al hacer lo bueno y lo recto a los ojos del Señor tu Dios te vaya bien siempre, a ti y a tus hijos después de ti (Dt 12:28).
Pero si no les parece bien servirle, escojan hoy a quién quieren servir, si a los dioses que sus padres adoraron cuando aún estaban al otro lado del río, o a los dioses que sirven los amorreos en esta tierra donde ahora ustedes viven. Por mi parte, mi casa y yo serviremos al Señor» (Jos 24:15).
Los hijos son un regalo del Señor; los frutos del vientre son nuestra recompensa (Sal 127:3).
Atiende, hijo mío, las correcciones de tu padre, y no menosprecies las enseñanzas de tu madre (Pr 1:8).
Los nietos son la corona de los ancianos, Y los padres son la honra de los hijos (Pr 17:6).
Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (Ef 2:19).
porque si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, niega la fe y es peor que un incrédulo (1 Ti 5:8).